La pandemia de COVID-19 transformó radicalmente la forma en que se brinda atención médica, acelerando el uso de la telemedicina en todo el mundo. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 70% de los países adoptaron servicios de tele-salud como medida de respuesta inmediata. Este cambio, inicialmente forzado, ha evolucionado hacia una práctica consolidada con beneficios comprobados.
Estudios de la Harvard Medical School han demostrado que la telemedicina puede igualar o incluso superar la atención presencial en términos de satisfacción del paciente y eficiencia clínica, particularmente en áreas como salud mental, seguimiento de enfermedades crónicas y atención primaria. Además, ha mejorado la equidad al brindar acceso a poblaciones rurales o en zonas de difícil acceso.
El reto actual no es implementar la telemedicina, sino integrarla de forma sostenible al sistema de salud, garantizando calidad, ética y seguridad de los datos. Universidades como Stanford y Johns Hopkins están desarrollando marcos regulatorios y tecnológicos para consolidar la tele-salud como una modalidad permanente.